EPÍLOGO
Parece que fue ayer cuando llegué a mi primera escuela en Xeve y me encontré un aula totalmente vacía y sin muebles, con unas madres expectantes deseando que llegase el profesor para que sus hijos empezasen el curso, muy a finales de septiembre. En la furgoneta de una de ellas fui al concello de Pontevedra, a pedir mesas, sillas y encerado, y me di cuenta de la importancia que daban esas luchadoras a la educación de sus hijos. Este hecho, y otro que no he olvidado a final de ese mismo curso, marcaron mi forma de entender mi trabajo, al servicio (al servicio, sí) de las familias y su bien más querido.
El último día de mi primer curso una madre se acercó discretamente y me entregó, en un paquetito de plástico, tres pañuelitos juntos para regalo, (que aún conservo y a veces uso), similares a los que se vendían en la perfumería de mi pueblo para un detalle de los que se hacían entonces cuando querías agradecer algo. Quedé sumamente conmovido porque sabía del esfuerzo que habría hecho, aunque no fuese muy costoso, aquella sencilla mujer para mostrarme su agradecimiento “por todo lo que has hecho por mi hijo”, me dijo. Treinta y seis años después uso su pañuelo para limpiarme las lágrimas que me están cayendo ahora que lo escribo. Me di cuenta cual era la función social de un maestro, más aún en lugares con menos acceso a cualquier servicio, y juro que he intentado aplicarme en ser útil al alumnado y a sus familias. Sólo con ser recordado con aprecio, como recuerdo yo a cada uno de mis profesores-as, mi vida laboral habrá tenido sentido.
Tras un largo paso por Meaño, dejando tantos amigos entre padres y alumnos, con muchos de los cuales aún tengo contacto ahora y que tan buen trato me dispensaron, llegué a Marín a una escuela de infantil, en un vetusto edificio, en lo que podría ser un destino de paso… Pero no lo fue. Contra pronóstico, quedé enganchado en las sonrisas diarias y la ilusión de unos niños y niñas que llenaban de ruido el colegio y vivían cada día como si no hubiese un mañana. Renuncié a todo lo que había ido preparando profesionalmente para “mi futuro” y comprendí que era ese presente el que quería vivir y que me sentía realizado entre esas criaturas, sus familias y las profesoras que me acompañaron en esta travesía. Desde el final del camino, miro atrás para deciros a todos: “Gracias”. No me caben en estas líneas las mil anécdotas, los mil detalles que me llegaron, la ayuda recibida, el acompañamiento en los buenos y en los malos momentos, que los hubo. Sobre todo cuando perdimos miembros de nuestra comunidad educativa de manera muy dolorosa.
En contra de cualquier consejo, (porque los nombres de mucha gente quedan fuera), quiero recordar a las presidentas del ANPA que siempre tuve a mi lado (y no en frente), trabajando codo con codo para buscar lo mejor para sus hijos. Sé que no cito a todos los que son, pero necesito nombrar a Susana, Beni, Gustavo Adolfo, Richar, Vane, Alexia, Diana y Tania, en nombre de sus directivas y de todas las madres que nos ayudaron en cada celebración, en cada merienda, carnaval, festival o fin de curso. No puedo poner todos los nombres, pero no se me olvida ni una cara, ni olvido el tiempo que empleasteis en ayudar. Tampoco a las personas que dejaron muchas tardes en escuchar mis peroratas en los consellos escolares, pero gracias a ellas fuimos cambiando poco a poco muchas cosas. Con su ayuda fuimos mejorando, y soy consciente que sin ellas hubiese tenido menos aciertos.
No me queda más espacio, aunque me sobran ganas de seguir recordando y agradeciendo. Sólo me restan las líneas para repetir un “GRACIAS” muy grande, para desearos la felicidad que me disteis y, como no, disculparme por cada error que tuve, que seguro que los hubo. Olvido voluntariamente a “los de arriba”. Sólo quiero acordarme de los que pisabais el mismo suelo que yo y con los que compartí cada día, en lo bueno y en lo malo; de los que hicisteis liviano mi camino y la vida diaria más fácil: conserje, limpiadoras, personal de cocina y profesoras … Sabéis que olvido los nombres, pero sea donde viva mi retiro, cada uno tenéis un hueco en mis recuerdos y en mi corazón. Me siento realizado en lo profesional porque le habéis dado sentido a mi (a nuestro) trabajo. Con esa paz me puedo ir tranquilo, deseando que este espíritu compartido continúe y se agrande.
En lo personal, aunque jubilación viene de “júbilo” y debería irme contento, hoy siento inquietud por mi futuro sin vosotros. Sé que os voy a echar mucho de menos y pensaré en qué estaréis haciendo en muchos momentos señalados del curso. Me va a costar desligarme emocionalmente de este colegio. Pero sé que La Gran Familia del Grupo, que vivimos juntos la cotidianeidad entre sus muros de piedra, algún día seremos leyenda. Quedáis encargados de recordarles a vuestros hijos e hijas que aquí les quisimos. Y que aún les recuerdo. Parafraseando al poeta que inmortalizó mi tierra natal: “Niñ@s del Grupo, (que en sus aulas viven y sueñan)…conmigo vais: mi corazón os lleva”.
Miguel Á. Jimeno
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